martes, marzo 08, 2005

Historia de dos pueblos, primera parte.

San Lorenzo del Valle y San Fernando del Valle son dos pueblecitos de unos tres mil habitantes que sobreviven básicamente gracias a la agricultura. Casi todos sus habitantes, firmes defensores de la moda boina-chaleco-faja-garrote, se dedican al pastoreo de bichos tales como vacas, cabras y sobretodo ovejas, que forman la base de su economía.

San Lorenzo del Valle se encuentra situado al oeste del Cerro del Cañón, en el Valle del Guindo, y San Fernando al este, en el Valle del Pastor. El Cerro del Cañón es llamado así porque en los tristes momentos de la guerra civil española las tropas del ejercito nacional instalaron en su cima un cañón con el que defendieron los dos valles de las inclusiones del bando republicano a base de soltar trabucazos a uno y otro lado.

Los dos pueblos se encuentran a unos cinco kilómetros de distancia en linea recta. No obstante, la carretera que los comunica (local y llena de baches) tiene una longitud de unos quince kilómetros debido a las multiples curvas que presenta y a tener que rodear el citado Cerro del Cañón.

Parece que el capricho de un ser divino quiso que los dos pueblos tuvieran un accidente natural en medio para separarlos (por suerte), ya que perteneciendo a la misma provincia, y siendo ambos muy parecidos en cuanto a estructura, tamaño, economía y carácter de sus gentes (bastante brutos, todo hay que decirlo), no hay en el mundo dos pueblos más enfrentados, ni dos grupos humanos que más se odien.

Los mil y un enfrentamientos que han protagonizado los pueblos israelí y árabe se quedan en bromas de patio de colegio si analizamos la historia de la rivalidad entre Sanlorenzanos y Sanfernandinos, que data del siglo XVII, si creemos a los historiadores, y de toda la vida de Dios si escuchamos a los propios vecinos de los dos municipios.

La última página de la historia de odio entre los habitantes de los dos pueblos comenzó a escribirse hace unas semanas, y el detonante esta vez fue un simple partido de fútbol. Quiso el azar que en la jornada séptima del campeonato de segunda regional, grupo cinco, se tuvieran que enfrentar los equipos de las dos localidades en el campo municipal de San Lorenzo del Valle.

Cuando los dos equipos se enfrentan, cosa que ocurre dos veces al año, las fuerzas del orden de la zona se echan a temblar. Desde el pueblo de San Fermín de las Heras, localidad cabeza de partido y de bastante más tamaño e importancia que los otros dos (así como de gentes más refinadas), se envían cinco o seis furgones cargados de números de la Guardia Civil y miembros de la Policía Nacional preparados para evitar cualquier tipo de enfrentamiento entre las dos aficiones.

Como cada año, las fuerzas del orden han planeado el recorrido de la afición visitante, la estancia durante el partido y la vuelta de forma coordinada. Así, la marcha se iniciará en San Fernando del Valle, desde donde saldrá la caravana de los coches de los aficionados que recorrerá los quince kilómetros de carretera, siempre escoltados por los furgones de la benemérita. Al llegar a San Lorenzo, los Sanfernandinos serán conducidos al campo municipal evitando en todo momento su encuentro con la afición rival, que estará siendo controlada de cerca por agentes de la Policía. Cuando acabe el partido, sea cual sea el resultado final, la Guardia Civil debe escoltar a los jugadores y seguidores visitantes de vuelta a su pueblo mientras la policía se asegura de que nadie de San Lorenzo intenta nada contra su integridad física.

Si el partido se jugara en San Fernando, el proceso se realizaría a la inversa, y tristemente, raro es el año en el que -en uno u otro campo, y pese a los esfuerzos de los miembros de las fuerzas del orden- no resulta nadie herido de una certera pedrada en la cabeza.

Bien, este año la victoria cayó del lado local por el resultado de 2-1. Los perdedores -como casi siempre- culparon al arbitro de la derrota, aunque sí es cierto que en este caso, y parece ser que debido a cierta presión ambiental, el colegiado pitó un penalty en favor del San Lorenzo del Valle – Cárnicas Esteban cuando uno de los centrales del San Fernando del Valle – Bar Olivares de nombre Manolo Capón detuvo con una certera patada en la rodilla al delantero centro local cuando se escapaba a toda hostia hacia su portería. Lo malo es que la acción tuvo lugar fuera del area grande, a unos dos metros de la línea que la delimita aproximadamente.

Tal circunstancia caldeó los ánimos de los seguidores visitantes, y, como siempre, los dos cuerpos de seguridad del estado tuvieron que emplearse a fondo para evitar cualquier enfrentamiento. Por fin la comitiva Sanfernandina regresó a su pueblo sin que se tuvieran que lamentar incidentes de consideración, por lo que policías y guardias civiles se retiraron de vuelta a San Fermín con la sensación de haber cumplido con su deber.

Pero los Sanfernandinos estaban heridos en su orgullo. La derrota de este año no sentó especialmente bien a sus habitantes, y el alcalde (que fue elegido democráticamente por sus conciudadanos por sus múltiples virtudes, una de ellas ser el más bruto del pueblo) solicitó una reunión de urgencia del gabinete de crisis municipal en el salon de actos del ayuntamiento para el día siguiente, lunes 14.

Haciendo un paréntesis en la explicación de lo sucedido, debemos mencionar que en lo alto del Cerro del Cañón, además de las citadas piezas de artillería también podemos encontrar una antena que repite la señal de televisión que viene de una estación repetidora mucho mayor, situada al este del cerro.

El hecho de que la señal de television provenga del este y no del oeste tiene una vital importancia para entender lo que sucedió poco más adelante, como verán.

Pero volvamos a los hechos. La reunion de emergencia se celebró según lo previsto. El alcalde de San Fernando del Valle cedió la palabra a quien tomarla para proponer una forma de escarmiento por la tropelía futbolística de la que habían sido víctimas.

Tras varias ideas a cual más descabellada, un anciano concejal halló una solución que satisfizo a todos: Si los infames Sanlorenzanos les habían fastidiado con un partido de fútbol, ahora tenían ellos la ocasión de devolverles la pelota (nunca mejor dicho).

Algo menos de una semana más tarde, concretamente el sábado siguiente, se iba a disputar en Madrid el esperado encuentro de primera división entre en el Real Madrid y el F. C. Barcelona, es decir, otro “partido del siglo”.

Bien, pues la idea del concejal estaba bien clara: Había que sabotear la antena del Cerro del Cañón, la que daba la señal al pueblo rival y que ellos no necesitaban para ver correctamente la tele al estar situado el pueblo al este del obstáculo natural que formaba el cerro.

El alcalde, que se mostró entusiasmado con la idea, propuso tirar la antena por tierra con dos cojones, un bidón de gasolina y un mechero, pero varios concejales recomendaron que no hacia falta ser tan drástico y que lo que había que hacer simplemente era desactivarla.

De inmediato se propuso formar un Comando Desactivador de Antenas, y para ello se seleccionó a los siguientes candidatos:

Guía: Blás Fernández. Pastor de ovejas que solía pasar la jornada en el Cerro del Cañón, llevando a los animales de arriba abajo para que pastaran. Por ese motivo conocía el cerro como la palma de su mano y era la persona mas indicada para moverse camuflada por terreno hostil.

Operativo técnico: Agustín González, montador de antenas y reparador de aparatos electrodomésticos oficial del pueblo. Sus amplios conocimientos en el campo de la alta tecnología (había arreglado cientos de lavadoras, batidoras, tocadiscos, etc) le hacían el hombre ideal para esta misión, aunque a sus setenta y dos años se presentaban serias dudas sobre su forma física, imprescindible para llegar a lo alto del cerro.

Seguridad: Mateo Olivares. Este Sanfernandino de cuarenta y dos años no pudo ser alcalde porque no sabe leer ni escribir, pero a bruto no le ganaba nadie. En el improbable caso de que alguien del pueblo rival intentara boicotear la misión, Mateo defendería el éxito de la misma armado con una honda y piedras, una navaja de capar cochinos y un garrote del calibre 15”. Daba miedo solo de verlo, en serio.

Logística: Remigio Olivares, sobrino del anterior e hijo de Antonio Olivares, propietario de uno de los bares del pueblo y patrocinador del equipo de fútbol local. Su misión consistiría en preparar cuatro bocadillos de morcilla de arroz en el bar de su tío, una bota de vino, un termo de carajillo de anís y algunos víveres más para ser consumidos durante la expedición.

La composición del comando quedó aprobada por unanimidad, y el resto de la semana la pasaron planeando la misión cuidadosamente. El secretario del alcalde, que era el único habitante del pueblo un poco leído y que chapurreaba el inglés, propuso que se llamara a la operación “Fuck the Antenna”, propuesta que también fue aprobada por unanimidad, y aunque nadie más sabía qué quería decir eso de “fuck” nadie preguntó por no parecer un inculto.

Y por fin llegó el sábado 19, día del importante partido de fútbol. A eso de las cuatro de la tarde partieron los cuatro valientes hacia lo alto del cerro a cumplir su misión de venganza contra el pueblo de San Lorenzo del Valle.

Continuará ...