miércoles, marzo 02, 2005

Los Joderatos

Los joderatos, en mi humilde opinión y tal como su nombre indica, son aquellos personajes que se dedican a joderle un rato a los demás. No son tan peligrosos ni molestos como los jodedías o los jodedores a secas, y generalmente no lo hacen por dinero, y ni siquiera por vocación Es que ellos son así y no lo pueden remediar.

Normalmente se puede reconocer a un joderatos en cuanto se le ve. No sé si es por el brillo en la mirada, o por los andares, o por que otra razón, pero el caso es que uno, en cuando divisa a uno de estos personajes lo primero que piensa es: “Mira, ahí viene uno a joderme un rato”.

Por ejemplo, unos perfectos joderatos son...

El niñato que se pone a tu lado en el semáforo con el coche tuneao-to-guapo, con las ventanillas bajadas aunque estemos a bajo cero, y con el loro berreando a 150 decibelios aquella armoniosa melodía que dice: “Baila morena, baila morena. Perreo para el nene, perreo pa la nena...”. No lo puedo evitar, confieso que en estos casos mi pérfida imaginación dibuja el coche del niñato comiéndose un bordillo a 80 por hora y dejándose mil euros de spoilers en el suelo. ¡Toma perreo!

El incompetente de la ventanilla número 2 de correos, o de la 3 de la venta de billetes de cercanías de la Renfe, o el de la 5 de la administración de hacienda. Personajes grises que como ya están jodidos de por sí, necesitan joder a los demás aunque solo sea un ratito. Para ellos resulta un fastidio tener que dejar de leer el Marca para atendernos, y así lo demuestran con toda la mala educación que son capaces de desarrollar. Afortunadamente cada día quedan menos espécimenes de esta calaña, pero como se tenga la desdicha de pillar a uno la jodienda esta asegurada.

La cajera del Carrefour, que no encuentra el código de barras del último artículo del carro del cliente que le precede a uno en la cola y llama por teléfono a la colega de caja central para preguntarle el precio. Como no se ponen de acuerdo, cuelga mosqueada. A los cinco minutos aparece la patinadora minifaldera de turno, recoge el artículo sin decir palabra y sale como una moto a por otro que tenga el código de barras pegado. Vuelve a los 10 minutos, pero con un articulo ligeramente distinto, y al final convencen al pobre tío para que se lo lleve para no perder más tiempo. Total, ¿qué más le dará una botella de horchata que una de batido de vainilla?

El cliente que viene a contarte su problema un viernes a las cuatro y cuarto de la tarde, cuando uno se dispone ya a apagar el ordenador y largarse zumbando para su casa. El tío igual lo hace sin darse cuenta, pero joder, si el muy cabrón tiene el problema desde el lunes por la tarde ¿es que no ha tenido tiempo en toda la semana para venir?

El camarero al que le has pedido un café con la leche fría, y cuando te lo sirve y lo coges para beber te achicharras los dedos y la lengua porque te ha puesto la leche hirviendo. Me voy a disculpar otra vez, pero en estas situaciones, mientras me seco las lágrimas que me ruedan por las mejillas, siempre son estas cinco palabras las que pasan por mi mente: ¡Hijo de la grandísima puta!

El cabezón que se pone delante de uno cuando va a hacer la foto de su vida, la que le va a conseguir el Pulitzer y lo va a retirar de trabajar. Parodiando un famoso anuncio de televisión, la secuencia sería la siguiente:

  • Esperar al día D y la hora H en que tendrá lugar un suceso irrepetible (un eclipse, por ejemplo): meses, o incluso años.
  • Llegar al lugar idóneo para tomar la foto, unas ruinas en lo alto de un cerro por poner un ejemplo: tres horas conduciendo
  • Dar unas vueltas por el lugar hasta decidir donde colocar la cámara: diez minutos.
  • Montar la cámara y el trípode: tres minutos.
  • Decidir el encuadre más impactante: diez minutos.
  • Decidir el posible uso de un filtro (aparte del obligado de máscara de soldador), la apertura del diafragma y la velocidad del obturador: cinco minutos.
  • Esperar a que el eclipse esté en su momento más espectacular: cuarenta y cinco minutos más.
  • Que un mamarracho se meta en el encuadre y se ponga a saludar a la afición justo en el momento de disparar: tres segundos, más o menos. El tiempo de pensar las famosas cinco palabras antes citadas.
También es un joderatos el mecánico cuando te cuenta que el clic-clic que hacía el coche al girar a la derecha no era a causa de la trócola, sino del permutador helicordial de cola, que al rozar con el girobasculador de seguridad del carter provocaba el calentamiento del muelle principal del aspirador furulante del amortiguador delantero derecho. Entonces el muy sádico hace una pausa dramática para encender un Ducados, y mientras observa como te caen dos gotas de sudor por el cuello de la camisa te dice muy serio que podría haber sido peor, que esta vez la reparación sólo va a salir por mil doscientos euros, pero que si se llega a escachuflar el permutador entero los tres mil no se los quita nadie. Y nosotros vamos y le damos las gracias, aliviados.

Y otro joderatos. El conductor de autobuses que se cree que esta entrenando para correr el Paris-Dakar y que arranca bruscamente cuando todavía estás entrando en el vehículo, lo que provoca que tengas que cruzar todo el autobús corriendo hacia la parte trasera para no caerte de morros al suelo. El espectáculo sigue durante el trayecto, teniendo que sujetarte con todas tus fuerzas a lo que buenamente puedas para no salir despedido, y termina al llegar a la parada y tener que bajarte de un salto para que las puertas no te partan por la mitad al cerrarse demasiado pronto.

Seguro que muchos de ustedes habrán pensado que tengo razón, que todos ellos son muy capaces de joderle a uno un buen rato, pero lo malo es cuando vienen uno detrás del otro, como si fuera una conspiración orquestada por alguien para mantenerle a uno en permanente estado de mala leche. Porque excepto el tema de la foto, que me ocurrió en otra ocasión, eso es lo que me ha pasado a mí hace unos días, un joderatos tras otro. No pasó nada grave, pero... ¡vaya día!