miércoles, marzo 09, 2005

Historia de dos pueblos, segunda parte.

Los cuatro miembros del comando ejecutor de la operación “Fuck the Antenna” tardaron unas tres horas en llegar a la cima. Generalmente se tarda una hora y media, más o menos, pero la avanzada edad de Agustín constituyó un handicap que retrasó mucho la marcha.

Todavía faltaba una hora para el inicio del encuentro en el Santiago Bernabéu. Los integrantes del comando pasaron junto al viejo cañón y se dirigieron hacia la base de la antena. Alli se encontraron lo que parecía una tapa de plástico que cubría los conectores de la misma. Una breve operación con un destornillador permitió a Agustin retirarla y tener acceso a una maraña de cables de varios colores.

El único integrante del operativo técnico se sintió confuso por un momento, pues aquello parecía más complicado que una antena receptora normal y corriente, pero echando mano de sus años de experiencia en el sector, decidió que no debía cortar todos los cables, ya que algunos eran de un grosor considerable y hubiese tardado demasiado tiempo, sino que debía actuar con mayor precisión.

Tras observar al técnico estudiar el amasijo de cables durante veinticinco minutos, Mateo -el encargado de la seguridad- le preguntó si sabía lo que tenía que hacer, a lo que Agustin respondió que no tenia ni puta idea de qué cable tenía que cortar.

- Sólo sé que tenemos que actuar con mucha precisión – Continuó Agustín.

- Bien Agustin, actuemos con precisión entonces – Contestó el encargado de seguridad – Es preciso que usemos esto...

El cartucho de dinamita que sacó Mateo del bolsillo se lo había dado un cuñado que trabajaba en una cantera, y formaba parte de su equipamiento de comando. Tenía el tamaño aproximado de un puro habano, y Agustín lo colocó dentro del habitáculo de los cables, cerró la tapa y prendió la mecha que había dejado salir al exterior.

La explosión coincidió exactamente con el pitido del colegiado Garcia de Loza indicando el inicio del encuentro del Bernabeu, y se llevó por delante el habitáculo, los cables, la tapa y uno de los soportes de la estructura de la base de la antena.

- Misión cumplida. - Dijo el técnico.

- ¡Ya lo creo, redios! – Respondió Mateo – ¡Les hemos jodido la antera, Agustín!

Efectivamente, la base de la antena quedó severamente dañada con la explosión, y aunque al principio casi no se advertía, empezó a inclinarse hacia un lado, cada vez más, hasta caer lateralmente por su propio peso.

A esas alturas, los vecinos de San Lorenzo del Valle ya habían comenzado a asomarse a las ventanas para mirar hacia la antena del Cerro del Cañón alertados por el sonido de la explosión, y la sorpresa fue general en el pueblo cuando se percataron de que donde antes se veía una antena repetidora que destacaba sobre la silueta del cerro, ahora solo se apreciaba un hilo de humo que partía de la base del aparato.

De inmediato observaron que no se veía la tele, y como peor consecuencia, que no iban a ver el partido de fútbol.

En este tipo de entornos, formar una revolución es fácil. No hay mas que tomar a la masa y quitarles algo que realmente les importe. Pueden ser sus casas, su comida, el bienestar de los suyos, o un Madrid-Barcelona.

Y cuando alguna de estas amenazas acecha, el pueblo de San Lorenzo del Valle es único uniéndose como un solo hombre contra las adversidades, así es que en cuestión de diez minutos, lo que tardó en correrse la voz de que los Sanfernandinos se habían cargado su preciada antena, las calles del pueblo se llenaron de paisanos portando hoces, guadañas, palos e incluso armamento de alta tecnología como escopetas de perdigones.

La turba descontrolada comenzó a subir el camino que les llevaba a lo alto del Cerro del Cañón, circunstancia que fue observada con preocupación por parte del comando saboteador de antenas.

- Esto se pone feo, mejor nos vamos – Dijo Blas Fernández, el pastor.

- Iros vosotros, yo os cubro la retirada – Se ofreció Mateo.

- No seas loco, tío Mateo. Vámonos antes de que lleguen – Rogó su sobrino Remigio.

- Déjalo chaval, que para eso es el de seguridad – Contestó Agustín – Mateo, aquí te quedas.

Así es que los otros tres expedicionarios emprendieron la huida cerro abajo tan rápido como se lo permitieron las piernas, mientras que Mateo se atrincheró detrás del cañón y empezó a preparar su honda.

Los vecinos de San Lorenzo estaban llegando a la cima del cerro cuando una piedra del tamaño de un huevo de gallina impactó en plena frente del hombre que abría la marcha. Por fortuna vestía su boina tradicional, que amortiguó la pedrada considerablemente. A continuación cayó otra piedra, y otra más. Ambas impactaron en sendos vecinos de San Lorenzo, pero cuando Mateo se disponía a cargar de nuevo su peligrosa honda fue alcanzado y reducido por el grupo de avanzadilla de los atacantes.

Mateo fue atado al cañón e interrogado por el alcalde. Como buen comando, Mateo se limitó a repetir su nombre completo y el número de su Documento Nacional de Identidad ante cada pregunta que le hacían, para desesperación de los Sanlorenzanos.

Por fin dieron el interrogatorio por finalizado, ya que la tozudez de Mateo era legendaria más allá de los dos valles. El alcalde reunió de nuevo a la plana mayor del ayuntamiento, aunque esta vez en lo alto de un cerro y junto a una antena derribada y un viejo cañón, y comenzaron a planear las acciones a seguir.

- ¡Propongo bajar y escamocharlos a todos a garrotazos! – Opinó uno.

- No seamos violentos. Mejor los denunciamos a la Guardia Civil – Respondió uno más moderado.

- ¡Ni hablar de eso! Esta ofensa la tenemos que lavar nosotros sólos – Se opuso el alcalde, gran seguidor de las películas del oeste. - ¡Los vamos a escamochar desde aquí, a cañonazos! ¡Recordad el Alamo, paisanos!

Por más que lo intentaron, ningún vecino del pueblo allí presente consiguió recordar el Alamo. De hecho, ninguno tenía ni idea de qué coño hablaba su alcalde, pero como les sonó a algo muy heroico, todos comenzaron a lanzar consignas de “¡A cañonazos, a cañonazos!” y “¡Recordad el Alamo!”

Mientras tanto Remigio, el sobrino de Mateo, ya había llegado de vuelta al pueblo llevado por la ligereza de sus jóvenes piernas (y por el miedo que tenía en el cuerpo, todo hay que decirlo). Llegó como una exhalación a la plaza mayor del pueblo, donde se encontraba el bar de su padre, y donde estaba parte de la población reunida desde que oyeron la explosión que derribó la antena (el resto de los vecinos seguían viendo el fútbol tan tranquilos)

Los vecinos viéndolo llegar sólo se temieron que a los otros tres comandos les hubiera pasado algo, o que estuvieran hechos papilla en lo alto del cerro debido a la explosión. El muchacho les contó punto por punto lo que había pasado, y les advirtió que los habitantes del pueblo rival habían subido al cerro en busca de venganza.

- Bueno, bueno. Todos tranquilos. Si quieren algo que bajen aquí, si tienen pelotas – Advirtió el alcalde.

- Bajar no creo yo que bajen, no les va a hacer falta. Nos están apuntando con el cañón. - Fue el comentario del secretario del alcalde, que estaba siguiendo los movimientos de los Sanlorenzanos con unos prismáticos.

- ¿¡Queeee!? ¿¡Con el cañón!? ¡Llamad a la Guardia Civil!, ¡Llamad a la ONU! - Se desgañitaba el alcalde – ¡Llamad a alguien!

- Más vale que llamemos a la Cruz Roja, Alcalde – Respondió el secretario – Ya lo tienen apuntando al pueblo.

Efectivamente, el cañón había sido desclavado del suelo y orientado por los artilleros de San Lorenzo, de forma que ahora se encontraba apuntando hacia abajo, hacia San Fernando.

Entretanto, varios de los vecinos habían vuelto al pueblo en busca de pólvora para disparar el oxidado cañón.

Cuando estos volvieron con dos sacos de pólvora, cayeron en la cuenta de que no tenían proyectiles para dispararles a sus enemigos.

- Alcalde, tenemos la pólvora, pero no tenemos balas para dispararles a esos cabrones – Se lamentó el secretario.

- ¡Pues si no tenemos balas les disparamos boñigas de vaca! ¡redios! ¡que todo es poner problemas! – Contestó furioso el alcalde.

La historia nunca ha aclarado si el alcalde de San Lorenzo del Valle habló en serio o lo hizo irónicamente cuando se refirió a las boñigas de vaca, pero el caso es que veinte minutos más tarde el cañón estaba cargado con la pólvora traída del pueblo y con unos cien kilos de boñigas de vaca recogidos para la ocasión en unos pastos cercanos.

En fin, que si el viejo cañón hubiera tenido vida propia y capacidad para pensar y razonar, seguro que no hubiera imaginado nunca cómo iban a terminar sus días. De glorioso defensor del Valle del Guindo y del Valle del Pastor a disparador de boñigas de vaca. Una lástima.

El caso es que el petardazo del cañón fue considerable. El estruendo se oyó incluso en San Fermín de las Heras, alertando a las fuerzas de seguridad del pueblo. El pobre cañón quedo reducido a un amasijo de metales inservibles, y varios vecinos de San Lorenzo que se encontraban cerca cuando fue disparado -incluido el alcalde- tuvieron que ser atendidos por quemaduras y lesiones en el oído interno.

En San Fernando del Valle la situación se volvió dantesca cuando cayeron sobre sus cabezas los cien kilos de boñigas (También conocidos en la terminología logístico-armamentística como PEALA32, es decir; Proyectiles de Excremento Animal de Largo Alcance, calibre 32)

- ¡Hostia, cómo nos han dejado el pueblo! ¡Hostia, cómo nos han dejado el pueblo! ¡Yo los mato a todos! - Gritaba el alcalde echándose las manos a la cabeza.

Por fortuna, cuando los vecinos de San Fernando se disponían a subir hacia el cerro a escamochar a los Sanfernandinos, y éstos a bajar a escamochar a los de San Fernando, apareció un helicóptero de la Guardia Civil llegado desde San Fermín de las Heras.

La presencia de la benemérita enfrió los ánimos de unos y otros, evitando lo que podía haberse convertido en una reyerta de consecuencias incalculables. El caso es que los agentes detuvieron y pusieron a disposición judicial a los alcaldes de los dos pueblos y a los demás implicados en los hechos.

La investigación policial duró dos semanas, y el juez instructor del caso dictó una sentencia por la cual:

- El ayuntamiento de San Fernando del Valle tuvo que sufragar los gastos de la reparación de la antena.

- El ayuntamiento de San Lorenzo del Valle tuvo que hacerse cargo de la limpieza de las calles y tejados de San Fernando del Valle.

- Mateo Olivares tuvo que indemnizar a tres vecinos de San Lorenzo por causarles heridas de diversa consideración de sendas pedradas.

Además:

- La Seguridad Social se hizo cargo de la operación de menisco del delantero centro del San Lorenzo del Valle – Cárnicas Esteban y de las heridas y quemaduras de los artilleros Sanlorenzanos.

- De la reparación del cañón nadie quiso saber nada.

- El Real Madrid y el F. C. Barcelona empataron a uno, con goles de Santillana y Quini (o Suker y Stoichkov, o Ronaldo y Eto'o, como ustedes prefieran)