miércoles, marzo 09, 2005

Historia de dos pueblos, segunda parte.

Los cuatro miembros del comando ejecutor de la operación “Fuck the Antenna” tardaron unas tres horas en llegar a la cima. Generalmente se tarda una hora y media, más o menos, pero la avanzada edad de Agustín constituyó un handicap que retrasó mucho la marcha.

Todavía faltaba una hora para el inicio del encuentro en el Santiago Bernabéu. Los integrantes del comando pasaron junto al viejo cañón y se dirigieron hacia la base de la antena. Alli se encontraron lo que parecía una tapa de plástico que cubría los conectores de la misma. Una breve operación con un destornillador permitió a Agustin retirarla y tener acceso a una maraña de cables de varios colores.

El único integrante del operativo técnico se sintió confuso por un momento, pues aquello parecía más complicado que una antena receptora normal y corriente, pero echando mano de sus años de experiencia en el sector, decidió que no debía cortar todos los cables, ya que algunos eran de un grosor considerable y hubiese tardado demasiado tiempo, sino que debía actuar con mayor precisión.

Tras observar al técnico estudiar el amasijo de cables durante veinticinco minutos, Mateo -el encargado de la seguridad- le preguntó si sabía lo que tenía que hacer, a lo que Agustin respondió que no tenia ni puta idea de qué cable tenía que cortar.

- Sólo sé que tenemos que actuar con mucha precisión – Continuó Agustín.

- Bien Agustin, actuemos con precisión entonces – Contestó el encargado de seguridad – Es preciso que usemos esto...

El cartucho de dinamita que sacó Mateo del bolsillo se lo había dado un cuñado que trabajaba en una cantera, y formaba parte de su equipamiento de comando. Tenía el tamaño aproximado de un puro habano, y Agustín lo colocó dentro del habitáculo de los cables, cerró la tapa y prendió la mecha que había dejado salir al exterior.

La explosión coincidió exactamente con el pitido del colegiado Garcia de Loza indicando el inicio del encuentro del Bernabeu, y se llevó por delante el habitáculo, los cables, la tapa y uno de los soportes de la estructura de la base de la antena.

- Misión cumplida. - Dijo el técnico.

- ¡Ya lo creo, redios! – Respondió Mateo – ¡Les hemos jodido la antera, Agustín!

Efectivamente, la base de la antena quedó severamente dañada con la explosión, y aunque al principio casi no se advertía, empezó a inclinarse hacia un lado, cada vez más, hasta caer lateralmente por su propio peso.

A esas alturas, los vecinos de San Lorenzo del Valle ya habían comenzado a asomarse a las ventanas para mirar hacia la antena del Cerro del Cañón alertados por el sonido de la explosión, y la sorpresa fue general en el pueblo cuando se percataron de que donde antes se veía una antena repetidora que destacaba sobre la silueta del cerro, ahora solo se apreciaba un hilo de humo que partía de la base del aparato.

De inmediato observaron que no se veía la tele, y como peor consecuencia, que no iban a ver el partido de fútbol.

En este tipo de entornos, formar una revolución es fácil. No hay mas que tomar a la masa y quitarles algo que realmente les importe. Pueden ser sus casas, su comida, el bienestar de los suyos, o un Madrid-Barcelona.

Y cuando alguna de estas amenazas acecha, el pueblo de San Lorenzo del Valle es único uniéndose como un solo hombre contra las adversidades, así es que en cuestión de diez minutos, lo que tardó en correrse la voz de que los Sanfernandinos se habían cargado su preciada antena, las calles del pueblo se llenaron de paisanos portando hoces, guadañas, palos e incluso armamento de alta tecnología como escopetas de perdigones.

La turba descontrolada comenzó a subir el camino que les llevaba a lo alto del Cerro del Cañón, circunstancia que fue observada con preocupación por parte del comando saboteador de antenas.

- Esto se pone feo, mejor nos vamos – Dijo Blas Fernández, el pastor.

- Iros vosotros, yo os cubro la retirada – Se ofreció Mateo.

- No seas loco, tío Mateo. Vámonos antes de que lleguen – Rogó su sobrino Remigio.

- Déjalo chaval, que para eso es el de seguridad – Contestó Agustín – Mateo, aquí te quedas.

Así es que los otros tres expedicionarios emprendieron la huida cerro abajo tan rápido como se lo permitieron las piernas, mientras que Mateo se atrincheró detrás del cañón y empezó a preparar su honda.

Los vecinos de San Lorenzo estaban llegando a la cima del cerro cuando una piedra del tamaño de un huevo de gallina impactó en plena frente del hombre que abría la marcha. Por fortuna vestía su boina tradicional, que amortiguó la pedrada considerablemente. A continuación cayó otra piedra, y otra más. Ambas impactaron en sendos vecinos de San Lorenzo, pero cuando Mateo se disponía a cargar de nuevo su peligrosa honda fue alcanzado y reducido por el grupo de avanzadilla de los atacantes.

Mateo fue atado al cañón e interrogado por el alcalde. Como buen comando, Mateo se limitó a repetir su nombre completo y el número de su Documento Nacional de Identidad ante cada pregunta que le hacían, para desesperación de los Sanlorenzanos.

Por fin dieron el interrogatorio por finalizado, ya que la tozudez de Mateo era legendaria más allá de los dos valles. El alcalde reunió de nuevo a la plana mayor del ayuntamiento, aunque esta vez en lo alto de un cerro y junto a una antena derribada y un viejo cañón, y comenzaron a planear las acciones a seguir.

- ¡Propongo bajar y escamocharlos a todos a garrotazos! – Opinó uno.

- No seamos violentos. Mejor los denunciamos a la Guardia Civil – Respondió uno más moderado.

- ¡Ni hablar de eso! Esta ofensa la tenemos que lavar nosotros sólos – Se opuso el alcalde, gran seguidor de las películas del oeste. - ¡Los vamos a escamochar desde aquí, a cañonazos! ¡Recordad el Alamo, paisanos!

Por más que lo intentaron, ningún vecino del pueblo allí presente consiguió recordar el Alamo. De hecho, ninguno tenía ni idea de qué coño hablaba su alcalde, pero como les sonó a algo muy heroico, todos comenzaron a lanzar consignas de “¡A cañonazos, a cañonazos!” y “¡Recordad el Alamo!”

Mientras tanto Remigio, el sobrino de Mateo, ya había llegado de vuelta al pueblo llevado por la ligereza de sus jóvenes piernas (y por el miedo que tenía en el cuerpo, todo hay que decirlo). Llegó como una exhalación a la plaza mayor del pueblo, donde se encontraba el bar de su padre, y donde estaba parte de la población reunida desde que oyeron la explosión que derribó la antena (el resto de los vecinos seguían viendo el fútbol tan tranquilos)

Los vecinos viéndolo llegar sólo se temieron que a los otros tres comandos les hubiera pasado algo, o que estuvieran hechos papilla en lo alto del cerro debido a la explosión. El muchacho les contó punto por punto lo que había pasado, y les advirtió que los habitantes del pueblo rival habían subido al cerro en busca de venganza.

- Bueno, bueno. Todos tranquilos. Si quieren algo que bajen aquí, si tienen pelotas – Advirtió el alcalde.

- Bajar no creo yo que bajen, no les va a hacer falta. Nos están apuntando con el cañón. - Fue el comentario del secretario del alcalde, que estaba siguiendo los movimientos de los Sanlorenzanos con unos prismáticos.

- ¿¡Queeee!? ¿¡Con el cañón!? ¡Llamad a la Guardia Civil!, ¡Llamad a la ONU! - Se desgañitaba el alcalde – ¡Llamad a alguien!

- Más vale que llamemos a la Cruz Roja, Alcalde – Respondió el secretario – Ya lo tienen apuntando al pueblo.

Efectivamente, el cañón había sido desclavado del suelo y orientado por los artilleros de San Lorenzo, de forma que ahora se encontraba apuntando hacia abajo, hacia San Fernando.

Entretanto, varios de los vecinos habían vuelto al pueblo en busca de pólvora para disparar el oxidado cañón.

Cuando estos volvieron con dos sacos de pólvora, cayeron en la cuenta de que no tenían proyectiles para dispararles a sus enemigos.

- Alcalde, tenemos la pólvora, pero no tenemos balas para dispararles a esos cabrones – Se lamentó el secretario.

- ¡Pues si no tenemos balas les disparamos boñigas de vaca! ¡redios! ¡que todo es poner problemas! – Contestó furioso el alcalde.

La historia nunca ha aclarado si el alcalde de San Lorenzo del Valle habló en serio o lo hizo irónicamente cuando se refirió a las boñigas de vaca, pero el caso es que veinte minutos más tarde el cañón estaba cargado con la pólvora traída del pueblo y con unos cien kilos de boñigas de vaca recogidos para la ocasión en unos pastos cercanos.

En fin, que si el viejo cañón hubiera tenido vida propia y capacidad para pensar y razonar, seguro que no hubiera imaginado nunca cómo iban a terminar sus días. De glorioso defensor del Valle del Guindo y del Valle del Pastor a disparador de boñigas de vaca. Una lástima.

El caso es que el petardazo del cañón fue considerable. El estruendo se oyó incluso en San Fermín de las Heras, alertando a las fuerzas de seguridad del pueblo. El pobre cañón quedo reducido a un amasijo de metales inservibles, y varios vecinos de San Lorenzo que se encontraban cerca cuando fue disparado -incluido el alcalde- tuvieron que ser atendidos por quemaduras y lesiones en el oído interno.

En San Fernando del Valle la situación se volvió dantesca cuando cayeron sobre sus cabezas los cien kilos de boñigas (También conocidos en la terminología logístico-armamentística como PEALA32, es decir; Proyectiles de Excremento Animal de Largo Alcance, calibre 32)

- ¡Hostia, cómo nos han dejado el pueblo! ¡Hostia, cómo nos han dejado el pueblo! ¡Yo los mato a todos! - Gritaba el alcalde echándose las manos a la cabeza.

Por fortuna, cuando los vecinos de San Fernando se disponían a subir hacia el cerro a escamochar a los Sanfernandinos, y éstos a bajar a escamochar a los de San Fernando, apareció un helicóptero de la Guardia Civil llegado desde San Fermín de las Heras.

La presencia de la benemérita enfrió los ánimos de unos y otros, evitando lo que podía haberse convertido en una reyerta de consecuencias incalculables. El caso es que los agentes detuvieron y pusieron a disposición judicial a los alcaldes de los dos pueblos y a los demás implicados en los hechos.

La investigación policial duró dos semanas, y el juez instructor del caso dictó una sentencia por la cual:

- El ayuntamiento de San Fernando del Valle tuvo que sufragar los gastos de la reparación de la antena.

- El ayuntamiento de San Lorenzo del Valle tuvo que hacerse cargo de la limpieza de las calles y tejados de San Fernando del Valle.

- Mateo Olivares tuvo que indemnizar a tres vecinos de San Lorenzo por causarles heridas de diversa consideración de sendas pedradas.

Además:

- La Seguridad Social se hizo cargo de la operación de menisco del delantero centro del San Lorenzo del Valle – Cárnicas Esteban y de las heridas y quemaduras de los artilleros Sanlorenzanos.

- De la reparación del cañón nadie quiso saber nada.

- El Real Madrid y el F. C. Barcelona empataron a uno, con goles de Santillana y Quini (o Suker y Stoichkov, o Ronaldo y Eto'o, como ustedes prefieran)

martes, marzo 08, 2005

Historia de dos pueblos, primera parte.

San Lorenzo del Valle y San Fernando del Valle son dos pueblecitos de unos tres mil habitantes que sobreviven básicamente gracias a la agricultura. Casi todos sus habitantes, firmes defensores de la moda boina-chaleco-faja-garrote, se dedican al pastoreo de bichos tales como vacas, cabras y sobretodo ovejas, que forman la base de su economía.

San Lorenzo del Valle se encuentra situado al oeste del Cerro del Cañón, en el Valle del Guindo, y San Fernando al este, en el Valle del Pastor. El Cerro del Cañón es llamado así porque en los tristes momentos de la guerra civil española las tropas del ejercito nacional instalaron en su cima un cañón con el que defendieron los dos valles de las inclusiones del bando republicano a base de soltar trabucazos a uno y otro lado.

Los dos pueblos se encuentran a unos cinco kilómetros de distancia en linea recta. No obstante, la carretera que los comunica (local y llena de baches) tiene una longitud de unos quince kilómetros debido a las multiples curvas que presenta y a tener que rodear el citado Cerro del Cañón.

Parece que el capricho de un ser divino quiso que los dos pueblos tuvieran un accidente natural en medio para separarlos (por suerte), ya que perteneciendo a la misma provincia, y siendo ambos muy parecidos en cuanto a estructura, tamaño, economía y carácter de sus gentes (bastante brutos, todo hay que decirlo), no hay en el mundo dos pueblos más enfrentados, ni dos grupos humanos que más se odien.

Los mil y un enfrentamientos que han protagonizado los pueblos israelí y árabe se quedan en bromas de patio de colegio si analizamos la historia de la rivalidad entre Sanlorenzanos y Sanfernandinos, que data del siglo XVII, si creemos a los historiadores, y de toda la vida de Dios si escuchamos a los propios vecinos de los dos municipios.

La última página de la historia de odio entre los habitantes de los dos pueblos comenzó a escribirse hace unas semanas, y el detonante esta vez fue un simple partido de fútbol. Quiso el azar que en la jornada séptima del campeonato de segunda regional, grupo cinco, se tuvieran que enfrentar los equipos de las dos localidades en el campo municipal de San Lorenzo del Valle.

Cuando los dos equipos se enfrentan, cosa que ocurre dos veces al año, las fuerzas del orden de la zona se echan a temblar. Desde el pueblo de San Fermín de las Heras, localidad cabeza de partido y de bastante más tamaño e importancia que los otros dos (así como de gentes más refinadas), se envían cinco o seis furgones cargados de números de la Guardia Civil y miembros de la Policía Nacional preparados para evitar cualquier tipo de enfrentamiento entre las dos aficiones.

Como cada año, las fuerzas del orden han planeado el recorrido de la afición visitante, la estancia durante el partido y la vuelta de forma coordinada. Así, la marcha se iniciará en San Fernando del Valle, desde donde saldrá la caravana de los coches de los aficionados que recorrerá los quince kilómetros de carretera, siempre escoltados por los furgones de la benemérita. Al llegar a San Lorenzo, los Sanfernandinos serán conducidos al campo municipal evitando en todo momento su encuentro con la afición rival, que estará siendo controlada de cerca por agentes de la Policía. Cuando acabe el partido, sea cual sea el resultado final, la Guardia Civil debe escoltar a los jugadores y seguidores visitantes de vuelta a su pueblo mientras la policía se asegura de que nadie de San Lorenzo intenta nada contra su integridad física.

Si el partido se jugara en San Fernando, el proceso se realizaría a la inversa, y tristemente, raro es el año en el que -en uno u otro campo, y pese a los esfuerzos de los miembros de las fuerzas del orden- no resulta nadie herido de una certera pedrada en la cabeza.

Bien, este año la victoria cayó del lado local por el resultado de 2-1. Los perdedores -como casi siempre- culparon al arbitro de la derrota, aunque sí es cierto que en este caso, y parece ser que debido a cierta presión ambiental, el colegiado pitó un penalty en favor del San Lorenzo del Valle – Cárnicas Esteban cuando uno de los centrales del San Fernando del Valle – Bar Olivares de nombre Manolo Capón detuvo con una certera patada en la rodilla al delantero centro local cuando se escapaba a toda hostia hacia su portería. Lo malo es que la acción tuvo lugar fuera del area grande, a unos dos metros de la línea que la delimita aproximadamente.

Tal circunstancia caldeó los ánimos de los seguidores visitantes, y, como siempre, los dos cuerpos de seguridad del estado tuvieron que emplearse a fondo para evitar cualquier enfrentamiento. Por fin la comitiva Sanfernandina regresó a su pueblo sin que se tuvieran que lamentar incidentes de consideración, por lo que policías y guardias civiles se retiraron de vuelta a San Fermín con la sensación de haber cumplido con su deber.

Pero los Sanfernandinos estaban heridos en su orgullo. La derrota de este año no sentó especialmente bien a sus habitantes, y el alcalde (que fue elegido democráticamente por sus conciudadanos por sus múltiples virtudes, una de ellas ser el más bruto del pueblo) solicitó una reunión de urgencia del gabinete de crisis municipal en el salon de actos del ayuntamiento para el día siguiente, lunes 14.

Haciendo un paréntesis en la explicación de lo sucedido, debemos mencionar que en lo alto del Cerro del Cañón, además de las citadas piezas de artillería también podemos encontrar una antena que repite la señal de televisión que viene de una estación repetidora mucho mayor, situada al este del cerro.

El hecho de que la señal de television provenga del este y no del oeste tiene una vital importancia para entender lo que sucedió poco más adelante, como verán.

Pero volvamos a los hechos. La reunion de emergencia se celebró según lo previsto. El alcalde de San Fernando del Valle cedió la palabra a quien tomarla para proponer una forma de escarmiento por la tropelía futbolística de la que habían sido víctimas.

Tras varias ideas a cual más descabellada, un anciano concejal halló una solución que satisfizo a todos: Si los infames Sanlorenzanos les habían fastidiado con un partido de fútbol, ahora tenían ellos la ocasión de devolverles la pelota (nunca mejor dicho).

Algo menos de una semana más tarde, concretamente el sábado siguiente, se iba a disputar en Madrid el esperado encuentro de primera división entre en el Real Madrid y el F. C. Barcelona, es decir, otro “partido del siglo”.

Bien, pues la idea del concejal estaba bien clara: Había que sabotear la antena del Cerro del Cañón, la que daba la señal al pueblo rival y que ellos no necesitaban para ver correctamente la tele al estar situado el pueblo al este del obstáculo natural que formaba el cerro.

El alcalde, que se mostró entusiasmado con la idea, propuso tirar la antena por tierra con dos cojones, un bidón de gasolina y un mechero, pero varios concejales recomendaron que no hacia falta ser tan drástico y que lo que había que hacer simplemente era desactivarla.

De inmediato se propuso formar un Comando Desactivador de Antenas, y para ello se seleccionó a los siguientes candidatos:

Guía: Blás Fernández. Pastor de ovejas que solía pasar la jornada en el Cerro del Cañón, llevando a los animales de arriba abajo para que pastaran. Por ese motivo conocía el cerro como la palma de su mano y era la persona mas indicada para moverse camuflada por terreno hostil.

Operativo técnico: Agustín González, montador de antenas y reparador de aparatos electrodomésticos oficial del pueblo. Sus amplios conocimientos en el campo de la alta tecnología (había arreglado cientos de lavadoras, batidoras, tocadiscos, etc) le hacían el hombre ideal para esta misión, aunque a sus setenta y dos años se presentaban serias dudas sobre su forma física, imprescindible para llegar a lo alto del cerro.

Seguridad: Mateo Olivares. Este Sanfernandino de cuarenta y dos años no pudo ser alcalde porque no sabe leer ni escribir, pero a bruto no le ganaba nadie. En el improbable caso de que alguien del pueblo rival intentara boicotear la misión, Mateo defendería el éxito de la misma armado con una honda y piedras, una navaja de capar cochinos y un garrote del calibre 15”. Daba miedo solo de verlo, en serio.

Logística: Remigio Olivares, sobrino del anterior e hijo de Antonio Olivares, propietario de uno de los bares del pueblo y patrocinador del equipo de fútbol local. Su misión consistiría en preparar cuatro bocadillos de morcilla de arroz en el bar de su tío, una bota de vino, un termo de carajillo de anís y algunos víveres más para ser consumidos durante la expedición.

La composición del comando quedó aprobada por unanimidad, y el resto de la semana la pasaron planeando la misión cuidadosamente. El secretario del alcalde, que era el único habitante del pueblo un poco leído y que chapurreaba el inglés, propuso que se llamara a la operación “Fuck the Antenna”, propuesta que también fue aprobada por unanimidad, y aunque nadie más sabía qué quería decir eso de “fuck” nadie preguntó por no parecer un inculto.

Y por fin llegó el sábado 19, día del importante partido de fútbol. A eso de las cuatro de la tarde partieron los cuatro valientes hacia lo alto del cerro a cumplir su misión de venganza contra el pueblo de San Lorenzo del Valle.

Continuará ...

miércoles, marzo 02, 2005

Los Joderatos

Los joderatos, en mi humilde opinión y tal como su nombre indica, son aquellos personajes que se dedican a joderle un rato a los demás. No son tan peligrosos ni molestos como los jodedías o los jodedores a secas, y generalmente no lo hacen por dinero, y ni siquiera por vocación Es que ellos son así y no lo pueden remediar.

Normalmente se puede reconocer a un joderatos en cuanto se le ve. No sé si es por el brillo en la mirada, o por los andares, o por que otra razón, pero el caso es que uno, en cuando divisa a uno de estos personajes lo primero que piensa es: “Mira, ahí viene uno a joderme un rato”.

Por ejemplo, unos perfectos joderatos son...

El niñato que se pone a tu lado en el semáforo con el coche tuneao-to-guapo, con las ventanillas bajadas aunque estemos a bajo cero, y con el loro berreando a 150 decibelios aquella armoniosa melodía que dice: “Baila morena, baila morena. Perreo para el nene, perreo pa la nena...”. No lo puedo evitar, confieso que en estos casos mi pérfida imaginación dibuja el coche del niñato comiéndose un bordillo a 80 por hora y dejándose mil euros de spoilers en el suelo. ¡Toma perreo!

El incompetente de la ventanilla número 2 de correos, o de la 3 de la venta de billetes de cercanías de la Renfe, o el de la 5 de la administración de hacienda. Personajes grises que como ya están jodidos de por sí, necesitan joder a los demás aunque solo sea un ratito. Para ellos resulta un fastidio tener que dejar de leer el Marca para atendernos, y así lo demuestran con toda la mala educación que son capaces de desarrollar. Afortunadamente cada día quedan menos espécimenes de esta calaña, pero como se tenga la desdicha de pillar a uno la jodienda esta asegurada.

La cajera del Carrefour, que no encuentra el código de barras del último artículo del carro del cliente que le precede a uno en la cola y llama por teléfono a la colega de caja central para preguntarle el precio. Como no se ponen de acuerdo, cuelga mosqueada. A los cinco minutos aparece la patinadora minifaldera de turno, recoge el artículo sin decir palabra y sale como una moto a por otro que tenga el código de barras pegado. Vuelve a los 10 minutos, pero con un articulo ligeramente distinto, y al final convencen al pobre tío para que se lo lleve para no perder más tiempo. Total, ¿qué más le dará una botella de horchata que una de batido de vainilla?

El cliente que viene a contarte su problema un viernes a las cuatro y cuarto de la tarde, cuando uno se dispone ya a apagar el ordenador y largarse zumbando para su casa. El tío igual lo hace sin darse cuenta, pero joder, si el muy cabrón tiene el problema desde el lunes por la tarde ¿es que no ha tenido tiempo en toda la semana para venir?

El camarero al que le has pedido un café con la leche fría, y cuando te lo sirve y lo coges para beber te achicharras los dedos y la lengua porque te ha puesto la leche hirviendo. Me voy a disculpar otra vez, pero en estas situaciones, mientras me seco las lágrimas que me ruedan por las mejillas, siempre son estas cinco palabras las que pasan por mi mente: ¡Hijo de la grandísima puta!

El cabezón que se pone delante de uno cuando va a hacer la foto de su vida, la que le va a conseguir el Pulitzer y lo va a retirar de trabajar. Parodiando un famoso anuncio de televisión, la secuencia sería la siguiente:

  • Esperar al día D y la hora H en que tendrá lugar un suceso irrepetible (un eclipse, por ejemplo): meses, o incluso años.
  • Llegar al lugar idóneo para tomar la foto, unas ruinas en lo alto de un cerro por poner un ejemplo: tres horas conduciendo
  • Dar unas vueltas por el lugar hasta decidir donde colocar la cámara: diez minutos.
  • Montar la cámara y el trípode: tres minutos.
  • Decidir el encuadre más impactante: diez minutos.
  • Decidir el posible uso de un filtro (aparte del obligado de máscara de soldador), la apertura del diafragma y la velocidad del obturador: cinco minutos.
  • Esperar a que el eclipse esté en su momento más espectacular: cuarenta y cinco minutos más.
  • Que un mamarracho se meta en el encuadre y se ponga a saludar a la afición justo en el momento de disparar: tres segundos, más o menos. El tiempo de pensar las famosas cinco palabras antes citadas.
También es un joderatos el mecánico cuando te cuenta que el clic-clic que hacía el coche al girar a la derecha no era a causa de la trócola, sino del permutador helicordial de cola, que al rozar con el girobasculador de seguridad del carter provocaba el calentamiento del muelle principal del aspirador furulante del amortiguador delantero derecho. Entonces el muy sádico hace una pausa dramática para encender un Ducados, y mientras observa como te caen dos gotas de sudor por el cuello de la camisa te dice muy serio que podría haber sido peor, que esta vez la reparación sólo va a salir por mil doscientos euros, pero que si se llega a escachuflar el permutador entero los tres mil no se los quita nadie. Y nosotros vamos y le damos las gracias, aliviados.

Y otro joderatos. El conductor de autobuses que se cree que esta entrenando para correr el Paris-Dakar y que arranca bruscamente cuando todavía estás entrando en el vehículo, lo que provoca que tengas que cruzar todo el autobús corriendo hacia la parte trasera para no caerte de morros al suelo. El espectáculo sigue durante el trayecto, teniendo que sujetarte con todas tus fuerzas a lo que buenamente puedas para no salir despedido, y termina al llegar a la parada y tener que bajarte de un salto para que las puertas no te partan por la mitad al cerrarse demasiado pronto.

Seguro que muchos de ustedes habrán pensado que tengo razón, que todos ellos son muy capaces de joderle a uno un buen rato, pero lo malo es cuando vienen uno detrás del otro, como si fuera una conspiración orquestada por alguien para mantenerle a uno en permanente estado de mala leche. Porque excepto el tema de la foto, que me ocurrió en otra ocasión, eso es lo que me ha pasado a mí hace unos días, un joderatos tras otro. No pasó nada grave, pero... ¡vaya día!